Mundo y tragedia:
una revisión trágica sobre Andrómaca
de Jean Racine
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Adán y Eva fueron expulsados del paraíso; la biblioteca de
Alejandría fue quemada y saqueada; alrededor de nueve millones de personas
murieron en la Segunda Guerra Mundial; los de guante blanco mataron a cientos de
estudiantes en el 68; dos aviones, secuestrados por terroristas, fueron
estrellados en un par de torres en la mañana del nueve de Septiembre; «se
llevaba la ventaja pero en el último minuto se perdió el campeonato»; Donald
Trump ganó la presidencia de Estados Unidos. «Qué tragedia» responde la gente.
Parece ser que en la amplia estructura
de la Historia, siempre ha habido un punto débil en constante desequilibrio. Lo
que pasa con todo esto, es que el orden que une y mantiene la estabilidad, que
sostiene la estructura, se rompe y hay caos. En el centro de esta ruptura, el Hombre
será, en la mayoría de los casos, la mano que quite la pieza equivocada.
Un filósofo alemán veía al mundo como
sufrimiento. Las personas sufrimos a costa de los demás, pero nuestra idea de
conflicto, siempre parte de uno mismo. El impulso por querer hacer algo y no
lograrlo. El deseo de tenerlo y no alcanzarlo. El arrebato por querer ser
alguien y no conseguirlo. El dilema de siempre: ser o no ser. Se intenta
preservar un equilibrio dentro de uno, pero al no mantenerlo, viene el caos, la
lucha consigo mismo y la realidad.
El teatro representa la vida. Y como ésta,
los matices que adquiere varían según el acontecimiento que se ponga en escena.
Sobre esto podemos hablar de tres grandes grupos: la comedia, el drama y la
tragedia. Ésta última –como género literario– engloba el estado del Hombre en
conflicto consigo mismo, entre lo que desea y lo que la vida le depara, entre la
voluntad y el destino. A partir de esto, personajes como Edipo, Antígona, entre
otros, se insertan en el imaginario colectivo, en la mitificación, trascienden.
Lo consiguen porque retratan el estado mismo de la persona en una problemática
de la cual se desprende el sentido de identificación con lo real.
Uno de estos personajes, que ha
persistido en el imaginario, es Andrómaca. De tradición griega, esta mujer
representa la suprema fidelidad en el amor. Su mito se remite a la epopeya de
Homero llamada la Ilíada. Andrómaca
es la esposa de Héctor, guerrero que entrega su vida por salvar la ciudad de
Troya. Ella llevará a cuestas, como una cruz, la muerte de su esposo por el
resto de su vida. El sufrimiento y el pesar serán dos sentimientos de los que
ella no logrará desprenderse.
Como personaje llamativo e ilustrativo
de la vida, Andrómaca ha sido retomada por autores de épocas distintas a la de
su origen. Después de Homero, Eurípides
en el 425 a. C. y Jean Racine en el siglo XVII, como los más destacables. De la
recuperación de este último es en la que nos enfocaremos a continuación.
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Es difícil sacar de la dramaturgia a personajes como Andrómaca.
Resulta absurdo trasponerla a una novela de misterio, de terror, realista o
fantástica. Ella pertenece a la tragedia teatral y ahí debe de quedarse. Sin
embargo, hay un sentido como personaje que le permite trascender y perdurar, es
del que hablábamos anteriormente: la mitificación.
No es casualidad que gran parte de los
mitos que conocemos tenga como origen a la antigüedad clásica. En un periodo
como el Renacimiento, la recuperación de las concepciones y cosmovisiones de
los antiguos, resultó una ardua tarea de basta importancia. Los siglos XVI y
XVII fueron el inicio del seguimiento de una tradición a la que se tendrían que
apegar los cánones de las diferentes épocas. La imitación resultaría la
herramienta adecuada para exigir una superación misma de la propia Literatura.
La forma y el fondo de la antigüedad serían el modelo a seguir. Platón, Homero,
Virgilio, Sófocles, no estaban exentos para el extracto de su propio jugo.
En Francia, en el siglo XVII, el arte
tomó dos vertientes fundamentales para la expresión: la apabullante inflexión
de imitar a los antiguos, creadores de modelos exactos y perfectos; y la manifestación
de la psicología humana, guiño hacia la exteriorización del Hombre moderno.
Además, se consolidó el teatro como género primordial por sobre las otras
artes. Esto se debió al fuerte impulso que le otorgó Luis XIV. La sociedad
cortesana aún persistía.
El teatro sirve como línea entre lo
que se vive y el cómo se vive. Te obliga a ver la vida como un espectador. En
el proceso de representación se pone en manifiesto los más profundos impulsos
del Hombre. La tragedia, en sí, personifica los más desafortunados, los
desdeñables. En tres puntos se condensó el teatro, lo que es llamado «la ley de
las tres unidades dramáticas»: acción, tiempo y lugar. Las obras se funden en
estos aspectos. La historia debe contener una acción simple y no varias; debe de
transcurrir en un día, sin saltos de tiempo; y el lugar será preciso, no
modificable.[1]
Para Jean Racine (1639-1699) la época
fue indiscutible para su engrandecimiento. Desarrolla sus estudios en el
Port-Royal donde adquiere una fuerte influencia y admiración por los clásicos y
mantiene una cercana relación con el Rey Sol. Como historiógrafo real escribe
la Historia del reinado de Luis XIV, la
cual no sobrevive a un incendio. Pero lo que destaca de su labor como escritor
es el alto grado en que eleva la dramaturgia. “Racine es el gran trágico del
teatro francés que supo dar grandeza humana a los conflictos interiores”.[2]
De sus obras sobresalen las que llevan
por asunto la tradición antigua.[3] Recupera personajes densos
como Fedra y personalidades históricas como Alejandro Magno. Junto con
Corneille y Mòliere –con quien llegó a enemistarse– constituye uno de los
pilares primordiales del teatro en Francia. Para La Bruyère, “Corneille pinta
los hombres como deberían de ser; Racine los pinta como son”.[4]
La primer obra con la que triunfa, con
la que los focos se vuelven hacia él, es Andrómaca,
tragedia que retoma al personaje homónimo y que, en su más puro estilo, lo muestra
en una época donde los conflictos interiores se vuelven un punto importante
para el análisis del ser humano. El Hombre moderno, aquel que está en conflicto
consigo mismo y su mundo, toma un impulso en las expresiones artísticas.
Racine, como cualquier persona, se somete a las ideas de su tiempo. “Para
comprender su obra es preciso recordar dos rasgos: su amor por la antigüedad
griega y su educación jansenista, que lo muestra, […] “como un ser débil
dominado por las pasiones”. [5]
Andrómaca (1667) es bien
recibida en Francia. La adaptación del autor francés se muestra insuperable en
el lenguaje preciso y tajante. Muestra un enredo amoroso, la problemática en
que se puede caer cuando las pasiones son los caballos que guían la carreta de
la voluntad. En cinco actos, Racine destila un mito griego en la tragedia.
Amor, desprecio, dolor, venganza y muerte, son elementos trágicos que dan valor
a la obra.
Los deseos de cada personaje
involucrado en la cadena causan un conflicto al que está puesto uno detrás del
otro. Similar al efecto dominó. En Epiro, específicamente el palacio y sus
afueras –dónde únicamente transcurren los hechos, que obedecen a la unidad de
lugar– el orden se corrompe. Orestes, incesante en sus deseos, ama a la hija de
Helena de Troya a pesar de los constantes desaires y desprecios que le ha
hecho. Hermione, quien está prometida con Pirro –hijo de Aquiles– parece
quererlo solo por su gloria. Él, Pirro, vive por el amor de una mujer, el de su
cautiva, Andrómaca. Sin embargo, la esposa de Héctor es una mujer que no cede,
guarda la más pura fidelidad a la memoria de su fallecido. El esquema siguiente
puede aclarar el enredo amoroso: Orestes→ Hermione→ Pirro→ Andrómaca→ Héctor
(†).
Pirro es el rey que está dispuesto a
romper con su pasado, de conducir a un pueblo a la guerra contra sus propios
descendientes, de entregarse, todo por el amor de Andrómaca, quien después de
reflexionar sobre las proposiciones que le hace Pirro decide tomar la corona,
en lugar de la muerte de su hijo. Irritada por ese sentimiento y el despojo del
que ha sido producto, Hermione, atada en el reino por el Deber, decide tomar
venganza contra su prometido. Para esto se vale de la atención que le presta Orestes
para convencerlo de una venganza, para que dé muerte al rey de Epiro.
Barthes en su libro Sobre Racine menciona del hijo de
Aquiles, que con llevar a Andrómaca al altar, busca un nuevo inicio, un nuevo
orden que no obedezca a las venganzas. “Destruir su propia memoria es el
impulso mismo de su nuevo comienzo”.[6]
Andrómaca es la mujer que no olvida.
Los recuerdos de la guerra de Troya siguen invadiendo sus pensamientos:
“Piensa, piensa, Cefisa, en esa noche cruel/que, para todo un pueblo, fue una
eterna noche”.[7] A
espaldas del desprecio está la muerte. Racine es acertado al conjurar en boca
de la esposa de Héctor, una despedida que tiene tintes retóricos como la que le
hizo él antes de enfrentar a Aquiles.[8] Pone a Andrómaca y a
Héctor en un mismo plano. Los dos obedecen a su ideal. Él por su patria, ella
por amor.
Diferente es la situación de Hermione.
Primero rechaza a Orestes. Pirro obedece a Hermione para intentar provocar
celos a Andrómaca. Hasta que decide dar muerte al descendiente de Héctor,
Andrómaca acepta a Pirro como su prometido. Hermione busca venganza de tal
rechazo y hace que maten a Pirro en el altar, por medio de Orestes. Al recibir
la noticia de que se ha cumplido su voluntad, ella no soporta su decisión y se
clava un puñal en el pecho.
Orestes, el aferrado amoroso, solo
quiere la aceptación de Hermione en su vida. Su obstinación lo lleva a llenarse
las manos de sangre por el amor. Resulta ultrajado al recibir de Hermione, aún
el desprecio, a pesar de haberle cumplido su capricho, de poner en peligro la
vida de sus acompañantes. Cuando se entera de la muerte de Hermione, éste
pierde la cordura y se desvanece.
•••
Son tres los tipos de muerte que Racine introduce en la obra:
Pirro asesinado por magnicidio; Hermione sometida y arrinconada al suicidio;
Orestes pierde el sentido. “Cautiva, siempre triste […]”[9], hastiada de sí misma,
Andrómaca lo único que busca es la liberalidad de su espíritu, sea en un lugar
alejado del mundo, o en la muerte. Busca el orden y el equilibrio en su vida.
Los personajes se entregan a la lucha
psicológica personal. El deber y la voluntad los mantienen pendientes de un
hilo. Su conflicto existe al depender de un destino –que a diferencia de los
relatos griegos, no depende de los dioses, sino de sus propias acciones– que es
controlado por las pasiones.
Racine revaloriza el mito clásico
remitente de la Ilíada, y otorga
libertad de elegir su destino a sus personajes. Hace de ellos una personificación
moderna: hombres en conflicto consigo mismo y su realidad. Y otra vez el mismo
dilema del mundo: querer y no tenerlo, desear y no alcanzarlo. Como en la vida,
Andrómaca está en un tambaleo que se
intenta resolver con la tragedia, la muerte. A su vez, el teatro que propone
Racine no es otra cosa que la misma mímesis de su tiempo, que el de todos los
tiempos: el orden y la descomposición; problemáticas que abarcan el deseo y la
propia realidad; encadenamientos que enganchan la voluntad; una estructura y el
Hombre, en su capricho, ante la acción trágica. La tragedia seguirá siendo la sombra de la Humanidad, la condición
inherente de muchas de las acciones de las personas.
Si Andrómaca sufrió, fue por amor,
desprecio, dolor, cólera, venganza y muerte; si a Adán y a Eva los expulsaron
del paraíso fue por la corruptibilidad de la voluntad; si quemaron la
biblioteca de Alejandría, fue por la ignorancia; si millones de personas
murieron en la Segunda Guerra Mundial fue por el capricho de un hombre; si
siguen los ataques terroristas es por las diferencias ideológicas; si los
estudiantes siguen despareciendo es por el autoritarismo; si los equipos
continúan perdiéndolo todo en el último minuto es por falta de entrega; si
sigue habiendo incompetentes gobernando… Bueno, la gente seguirá dictando la
sentencia memorable de su condición, el Hombre en el fondo de la frase, se
repetirá una y otra vez: «Qué tragedia».
Harim Gamaliel Sánchez Martínez
5to semestre (T.M.)
[1]
Esta idea es tomada también de la antigüedad, propiamente de Aristóteles.
[2] MONTES DE OCA, Francisco. Literatura Universal, Porrúa, México, 1975, pg 181.
[3] La
Tebaida (1664); Alejandro Magno (1665); Andrómaca (1667); Ifigenia (1674) y
Fedra (1677).
[4] MONTES
DE OCA, Francisco, op cit., pg 183.
[5]
---, Enciclopedia Quillet, Cumbre S.A., México, 1987, pg 447.
[6]
BARTHES, Roland. Sobre Racine, Siglo XXI, México, 1992, pg 116.
[7]
RACINE, Jean. Andrómaca, Rei, México, 1996, pg 120.
[8] Revisar
del verso 1102 al 1124 en la edición de Rei México, 1996.
[9] RACINE,
Jean, op cit., pg 88.
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