Adolf Wölfi

Adolf Wölfi
Pintura perteneciente a Adolf Wölfi

domingo, 29 de enero de 2017

El hombre que fue jueves

El hombre que fue jueves




Negamos el supuesto inglés esnobista de que aquellos sin educación son los criminales peligrosos.

El hombre que fue jueves nos envuelve en un Londres cautivador donde los paisajes y personajes se matizan a la perfección. Chesterton escribió una obra que se atreve a criticar a un conglomerado socioeconómico de recursos altos. Los burgueses y aristócratas se ven fuertemente juzgados, en un sentido objetivo, por sus acciones y costumbres.
         ¿Quiénes plantan bombas para derrocar un imperio: un pobre o un rico? El escritor británico desmitifica la imagen que se tiene del pobre, del trabajador honesto. Por lo general se piensa que el rico, por el hecho de serlo, tiene mayor educación que un hombre que vive en la pobreza. ¿Es así, en realidad?
         El pobre se cansa de las injusticias del gobierno, por eso sigue votando hasta elegir a alguien que lo gobierne con dignidad. En suma, quiere ser gobernado. El rico, no quiere ser gobernado, quiere hacer de las suyas y que nadie le dé órdenes. El pequeño burgués trata de ser anarquista, pero es igual que todos los demás. Sus intenciones no llegan a concretarse con las decisiones verdaderas del anarquismo.
         El eje central de la novela es el anarquismo, un movimiento que, según Chesterton, pretende abatir a las cabezas que cambian el rumbo del pueblo, para que se consiga la paz. ¿Matando gente se consigue la paz de la humanidad? ¿Cómo? Uno de los personajes esclarece este dilema: «El camarada Gregory nos ha dicho en un tono, demasiado justificado, que no somos los enemigos de la sociedad. Pero yo digo que sí lo somos, y tanto peor para la sociedad. Somos los enemigos de la sociedad, ya que la sociedad es enemiga de la Humanidad, su más antigua e implacable enemiga».
         Basta con mirar hacia la Guerra de los Treinta años para que el autor esté de acuerdo en que somos nosotros los culpables de la destrucción masiva. Pero para los personajes de esta novela, los que causan la desolación son los grupos de científicos y artistas, ellos son los que crean las estrategias necesarias para derrocar al Estado. ¿Será quizás por lo que ha dicho varias veces Vargas Llosa, que la literatura es un antídoto ante la conformidad? El conocimiento, pues, es un arma de doble filo. Que sirve igual de bien para el bienestar que para la devastación.
         Esta lectura quizás debería de ser necesaria, el tiempo lo dirá, pero es necesario en el punto de los prejuicios. Porque no cabe duda que nos rodeamos y regocijamos de prejuicios, a veces, incluso hasta se presumen. Chesterton pone en duda lo que jamás ―quizás― nos hemos planteado: ¿quién es mejor persona, un rico o un pobre?
Similar cosa ocurre con el conocimiento, se cree que el que tiene estudios de posgrado es más inteligente y/o mejor que uno que ha llegado solamente a la licenciatura. ¿En serio es así? El que es bello es bueno necesariamente, creían los griegos. ¿Acaso no es posible que el feo sea bueno, o, el bello que sea malo? El escritor nos empuja a la realidad y a las experiencias previas para responder estas preguntas, para despojarnos esos prejuicios que nos enceguecen y embrutecen.
René Peraza Gamón (6to Semestre T.M.)