El hombre que fue
jueves
Negamos el supuesto inglés esnobista de que aquellos
sin educación son los criminales peligrosos.
El
hombre que fue jueves nos envuelve en un Londres cautivador
donde los paisajes y personajes se matizan a la perfección. Chesterton escribió
una obra que se atreve a criticar a un conglomerado socioeconómico de recursos
altos. Los burgueses y aristócratas se ven fuertemente juzgados, en un sentido
objetivo, por sus acciones y costumbres.
¿Quiénes
plantan bombas para derrocar un imperio: un pobre o un rico? El escritor
británico desmitifica la imagen que se tiene del pobre, del trabajador honesto.
Por lo general se piensa que el rico, por el hecho de serlo, tiene mayor
educación que un hombre que vive en la pobreza. ¿Es así, en realidad?
El
pobre se cansa de las injusticias del gobierno, por eso sigue votando hasta
elegir a alguien que lo gobierne con dignidad. En suma, quiere ser gobernado.
El rico, no quiere ser gobernado, quiere hacer de las suyas y que nadie le dé
órdenes. El pequeño burgués trata de ser anarquista, pero es igual que todos
los demás. Sus intenciones no llegan a concretarse con las decisiones
verdaderas del anarquismo.
El
eje central de la novela es el anarquismo, un movimiento que, según Chesterton,
pretende abatir a las cabezas que cambian el rumbo del pueblo, para que se
consiga la paz. ¿Matando gente se consigue la paz de la humanidad? ¿Cómo? Uno
de los personajes esclarece este dilema: «El
camarada Gregory nos ha dicho en un tono, demasiado justificado, que no somos
los enemigos de la sociedad. Pero yo digo que sí lo somos, y tanto peor para la
sociedad. Somos los enemigos de la sociedad, ya que la sociedad es enemiga de
la Humanidad, su más antigua e implacable enemiga».
Basta
con mirar hacia la Guerra de los Treinta años para que el autor esté de acuerdo
en que somos nosotros los culpables de la destrucción masiva. Pero para los
personajes de esta novela, los que causan la desolación son los grupos de
científicos y artistas, ellos son los que crean las estrategias necesarias para
derrocar al Estado. ¿Será quizás por lo que ha dicho varias veces Vargas Llosa, que la literatura es un antídoto ante la conformidad? El conocimiento, pues, es
un arma de doble filo. Que sirve igual de bien para el bienestar que para la
devastación.
Esta
lectura quizás debería de ser necesaria, el tiempo lo dirá, pero es necesario
en el punto de los prejuicios. Porque no cabe duda que nos rodeamos y
regocijamos de prejuicios, a veces, incluso hasta se presumen. Chesterton pone
en duda lo que jamás ―quizás― nos hemos planteado: ¿quién es mejor persona, un
rico o un pobre?
Similar cosa ocurre con
el conocimiento, se cree que el que tiene estudios de posgrado es más
inteligente y/o mejor que uno que ha llegado solamente a la licenciatura. ¿En
serio es así? El que es bello es bueno necesariamente, creían los griegos.
¿Acaso no es posible que el feo sea bueno, o, el bello que sea malo? El
escritor nos empuja a la realidad y a las experiencias previas para responder
estas preguntas, para despojarnos esos prejuicios que nos enceguecen y
embrutecen.
René
Peraza Gamón (6to Semestre T.M.)