El contrato social de las artes
La educación exige, el decoro ordena
Introducción
Jean-Jacques
Rousseau (1712-1778) nació en Ginebra (Suiza) y murió en Francia. Fue músico,
literato y escritor político. Amigo íntimo del filósofo francés Denis Diderot. En
1742 se trasladó a París, donde se ganó la vida como profesor y copista de
música. En 1750 su Discurso sobre las
ciencias y las artes ganó el premio de la Academia de Dijon. En éste
expresa su opinión sobre las instituciones sociales, de las cuales considera
han corrompido a la humanidad y que el estado natural, o primitivo, es
superior, en el plano moral al estado civilizado. Sus opiniones poco convencionales
le enemistaron con Voltaire quien atacó a la retórica persuasiva de Rousseau.
Su
concepción del Estado como la personificación de la voluntad abstracta de las
personas, junto con sus argumentos para el cumplimiento estricto de la
conformidad política y religiosa, son considerados como una fuente de la
ideología totalitaria. En sus escritos Confesiones
y La nueva Eloísa introdujo un
nuevo estilo de expresión emocional; la exploración de los conflictos entre los
valores morales y sensuales.
Rousseau
añora la antigüedad, lo clásico del gobierno de Grecia, un dictado no
igualitario sino democrático, confía plenamente en que «Todo es perfecto al
salir de las manos del Creador y se degenera en manos de los hombres»[1] y sostiene su convicción a
lo largo de sus escritos.
Contrato social
Los
hombres nacen libres totalmente, de modo que dos seres pueden juzgar el mismo
tono de gris como diferente. Sin embargo, una vez que el convenio social se ha
hecho el pensamiento se contamina, el contrato tácito dirige el todo. Las
costumbres se transforman en factores reguladores de cortesía elemental, y se
establece así entre los hombres un arreglo convenido.
Para Rousseau la voluntad general no
equivale a la opinión de la mayoría, sino que existe un ente abstracto que se
eleva por las voluntades individuales, apela a los intereses colectivos y a un
bien común superior; considera que es el individuo quien debe sacrificarse. Rechaza una sociedad comunista y su objetivo
es establecer un convenio realista en el que «ningún ciudadano sea tan rico
como para comprar a otro, ni ninguno tan pobre como para tener que venderse»,[2] pero dichas
características no pueden ser reunidas en una sociedad competitiva y
materialista por lo cual un convenio así queda descartado fácilmente.
Rousseau
es una autor que está inconforme con su tiempo, desea regresar a lo que él
considera una mejor época, el pasado que se ha perdido para siempre. Confronta
al Siglo de las Luces y rompe con los valores ilustrados: razón, progreso y
felicidad; intenta resurgir principios antiguos como patria, religión y virtud.
Se contrapone constantemente al progreso y está convencido en plenitud de que una
sociedad primitiva es mucho mejor que una civilizada. Una sociedad en la que el
hombre debe enfocarse en aprender las labores que dicta el deber y solo eso,
sin caer en divagaciones mundanas.
Las letras y las artes
Siguiendo la línea anteriormente mencionada,
el autor trastoca la imagen preconcebida de las artes diciendo que estas son «
[…] guirnaldas de flores sobre las cadenas de hierro que nos agobian, [nos]
hacen amar la esclavitud y transforman en lo que se ha dado en llamar pueblos
civilizados».[3]
Rousseau piensa que antes de que el arte nos moldeara propensos a sucumbir ante
un lenguaje que hablara de nuestras pasiones, éramos seres con costumbres
rústicas pero naturales, y el ceder ante las artes nos transformó, puesto que
ya nadie se atreve a parecer lo que en verdad es.
Aquí entra el contrato social
descrito antes: Rousseau considera que somos entes naturales y que con el
advenimiento de las artes ha convertido las sospechas, los temores, la
frialdad, el odio y la traición en buena educación. Cuanto más avanza el arte y
la ciencia hacia la perfección, más se corrompen nuestras almas y se ocultan
las verdaderas intenciones tras el velo del convenio social.
Esta revelación podría caer
mínimamente en la aceptación, de no ser por lo radical del pensamiento rousseauriano,
pues su posición coloca a las bellas artes como vicios que deben ser
erradicados para el correcto funcionamiento de una ciudad; al no admitir
artistas, ciencias y sabios para tener hombres libres de distracción y con
total convicción de derramar su sangre por la patria. El arte es pues, la peste
que enajena a los hombres y los distrae de las acciones del deber.
El ginebrino regresa a la Antigüedad
y utiliza a Sócrates como máximo exponente de su ideal: «Ni los sofistas, ni
los poetas, ni los oradores, ni los artistas, ni yo mismo [Sócrates] sabemos
qué es lo verdadero, ni lo bueno ni lo bello. Pero entre nosotros existe una
diferencia: aunque estas personas no sepan nada, todas creen saber algo.
Mientras que yo, si no sé nada, al menos no tengo esa duda».[4] Rousseau manifiesta sus
ideales colocando en tela de juicio la funcionalidad de la razón, ¿se necesita
acaso de la música para labrar bien la tierra?
La añoranza por una polis hace del autor alguien
incompatible con su época, debate con los ideales del momento y hace que los
progresistas se contrapongan totalmente a las buenas costumbres y a la virtud
del ser. El progreso va de la mano con la vanidad y es el orgullo lo que
impulsa el conocimiento humano. El saber es una desgracia, pues en la
naturaleza no se encuentra en sí mismo el conocimiento científico.
Más allá de un deseo profundo por
retornar a la magna sociedad antigua ¿qué es lo que provoca en Rousseau esta
enemistad con la época? ¿Por qué rechaza a las artes y reprocha a la ciencia?
Para él, las ciencias y las artes deben su nacimiento a nuestros vicios: «La
astronomía nació de la superstición; la elocuencia, de la ambición, del odio,
de la adulación, de la mentira; la geometría, de la avaricia; de la física, de
una vana curiosidad; todas, incluso la moral, del orgullo humano».[5]
"El arte es pues, la peste que enajena a los hombres y los distrae de las acciones del deber."
El contrato social de los escritores
El
conflicto alcanza entonces el punto clave, los artistas desean algo, aquello
que trastoca y perjudica a la sociedad: el reconocimiento público, el elogio
funge como recompensa y por este medio son los escritores los que devoran la
substancia del Estado sin provecho alguno.
Para Rousseau son enemigos de la opinión pública. Ellos violan el
contrato social, porque modifican el alma y se muestran como algo que no son,
escriben lo que sus contemporáneos consumirán, dan al pueblo la distracción que
tanto anhelan y se regocijan con el placer que les provoca ser leídos.
Confrontan la dualidad de componer
algo común, obras que serán reconocidas en vida o desafiarse a escribir maravillas
que serán admiradas sólo después de su muerte. La elección modifica su ser porque
aun al negarse a presentar un trabajo para el consumo de la sociedad
contemporánea, morirá el escritor en la miseria y el olvido, desdichado destino
que afectará su alma en plena consciencia.
Los hombres renunciaron al placer
simple de actuar para complacer a los dioses, en donde la contemplación de los
seres superiores apaciguaba al alma. Pero eso deja de ser así, comenzaron a
crear para sí mismos y se convirtieron en dioses propios, cuyo placer nunca es
alcanzado. Las artes se perfeccionan, se extiende el lujo, las comodidades de
la vida se multiplican y el verdadero valor desaparece. Lo que importa en el
deber como lo es la milicia, se relega.
Cuanto más apegada es una sociedad a
sus artes y a su ciencia, más se debilita su virtud militar y basta la
privación de alguna de las comodidades superfluas a las que se está tan
acostumbrado para destruir en poco tiempo al ejército defensor. Pero Rousseau
dice que la cultura de las ciencias no solo es perjudicial para las cualidades
guerreras sino también para las cualidades morales.
La educación corrompe nuestro
juicio, distrae a la juventud haciéndoles creer que la clave se encuentra en
aprender todo tipo de cosas excepto sus deberes. Serán hábiles en las lenguas
pero carecerán de todo sentido de nacionalismo, compondrán versos que a duras
penas comprenderán ellos mismos y se olvidarán de sus deberes como hombres.
Aquel ser que ha sido corrompido
deja de preguntarse lo elemental, ¿hay verdadero talento en este artista? ¿Es
un libro útil? Lo único que se cuestiona es si el artista es reconocido o si el
libro está bien escrito, más allá de que posea un mensaje.
"La educación corrompe nuestro juicio, distrae a la juventud haciéndoles creer que la clave se encuentra en aprender todo tipo de cosas excepto sus deberes."
Conclusión. Prioridad en el arte o el
deber
Las
ideas de Rousseau se presentan como radicales al mismo tiempo que anticuadas,
el autor no busca avanzar conforme lo hace el resto, él mantiene un ideal que
es totalmente obsoleto y que propicia el estancamiento social. Mas sus textos
poseen múltiples interpretaciones que parecen haber sido de gran aceptación en
su época, esto, sumado a la difícil lectura atemporal de sus escritos, provoca
una constante duda entre el entendimiento literario y los valores corrompidos.
La imagen que dibuja el autor sobre
la comunidad ideal, poco puede ser aplicada en la actualidad de Rousseau ya que
es una sociedad patriarcal, jerarquizada, llena de bonificaciones salariales.
La gratificación es una recompensa por el arduo trabajo que solo es reconocido
de vez en cuando y la línea de jerarquías pocas veces es borrada. En El contrato social por breves momentos parece que todos los ciudadanos hacen
las leyes, pero la verdad es que sus menciones peyorativas sobre lo femenino y
el asalariado no permiten ver cómo funcionaría un contrato social en un grupo íntegro
y homogéneo.
Por
tanto el Discurso sobre las ciencias y
las artes y El contrato social
permiten interpretaciones muy diversas, con las cuales no es posible formar un
ideal apropiado, pero lo que sí permite es un análisis constante y una crítica
valorativa. Lo mejor sería un debate a manera de descartar aquellas ideas de
Rousseau que podrían funcionar en una sociedad actual y las que se mantuvieran
en un rigor estricto del pensamiento.
Andrea
Vanessa Guerrero Rodríguez
6to semestre T.M.
Bibliografía
Rousseau,
J. Discurso sobre las ciencias y las
artes, Editorial del cardo, 2006, pp. 14.
Rousseau,
J. El contrato social o Principios de
derecho político, Tecnos, España, 2007. pp. 163
[1] Rousseau, J. El contrato social. Ediciones Coyoacán, 2004, p 1
[2] Rousseau, J. El contrato social o Principios de derecho político, Tecnos, España, 2007. p. XXXIII.
[4] Rousseau, op. cit. p. 5.