Adolf Wölfi

Adolf Wölfi
Pintura perteneciente a Adolf Wölfi

jueves, 27 de octubre de 2016

TODOS SOMOS JANE


TODOS SOMOS JANE
(O El psicoanálisis del mito en Jane Eyre)

Existe una canción titulada “Girl at home” en la que una joven cuenta cómo trata de evitar los intentos por seducirla de un hombre, del que sabe bien, tiene una novia que lo espera en casa: Don’t look at me, you’ve got a girl at home and everybody knows that. Luego de oírla varias veces entendí que es una que a más de una persona le ha ocurrido, la misma canción canta: It would be a fine proposition if I hadn’t once been just like her. Así se logra entender que las historias se repiten, han sido las mismas y lo seguirán siendo dentro miles de años, son las circunstancias y los nombres las que cambian. Entonces puedes ser Taylor Swift y Jane Eyre en alguien más: “Todos los hombres son el mismo hombre”.

Joseph Campbell en El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito sostiene la postura de que a lo largo de los años, en cada edad, en cada región, en cada mente humana, los símbolos mitológicos están presentes. Que el ser humano responde de ciertas maneras a determinadas situaciones y que a partir de los arquetipos “aquellos que han inspirado, a través de los anales de la cultura humana, las imágenes básicas del ritual, de la mitología y de la visión”1 la especie humana se define.

La novela de Charlotte Brontë Jane Eyre (1847) es una historia en la que gran parte de los mitos descritos y ejemplificados por Campbell se encuentran. Jane Eyre es una institutriz de escasos dieciocho años que llega a Thornfield Hall para educar a la pupila francesa del dueño, Edward Rochester, la torpe y dulce niña Adéle. Luego de meses de trabajo y progreso en la niña, una vez que Jane se siente una más en ese lugar, descubre que está enamorada de su huraño y hostil jefe, el mismo que pronto contraerá matrimonio. Rochester le confiesa a su empleada que él también la ama y le pide matrimonio, la pobre Jane, algo incrédula, acepta. La mañana en que están por casarse un abogado de Londres irrumpe en la capilla para impedir la ceremonia. Rochester no puede casarse, él ya tiene una chica en casa.

El relato inicia con una Jane de diez años, huérfana desde su nacimiento y al cuidado de su tía política, la señora Reed. La madre de Jane, después de un mal matrimonio con un pobre clérigo, el cual fallece, muere al dar a luz a su única hija. La señora Reed repudia a Jane por recordarle que para John Reed, su difunto esposo, siempre fue más fuerte el vínculo que lo unió con su desdichada hermana, que su matrimonio y sus tres hijos: John, Eliza y Georgiana. Aquí encontramos a nuestros dos contendientes principales: en este caso, la heroína (Jane) y la tirana (señora Reed). Al héroe, Campbell lo define como “el hombre o la mujer que ha sido capaz de combatir y triunfar sobre sus limitaciones históricas personales y locales y ha alcanzado las formas humanas generales, válidas y normales”2 , y al tirano lo llama “el avaro que atesora los beneficios generales […] (cuyo) ego desproporcionado […] es una maldición para sí mismo y para su mundo aunque sus asuntos aparenten prosperidad”3 . La señora Reed menosprecia a Jane y se empeña en que todos en esa casa, Gateshead, la repudien. Dentro de lugar los trabajadores la ignoran y el mayor de sus primos, el señorito Reed, la tortura cada que puede, cumpliendo así lo que Campbell establece de la infancia del héroe: “la criatura del destino tiene que afrontar un largo periodo de oscuridad. Éste es un momento de extremo peligro, impedimento o desgracia. Es lanzado a sus propias profundidades interiores o hacia afuera, a lo desconocido”4 . La señora Reed, ignorando el último deseo de su esposo en el que pedía que tratara a Jane como otra hija y se hiciera cargo de ella, la trata como a una subordinada y echa en cara el gran acto caritativo que hace manteniéndola con ellos.

Cierto día Jane no aguanta más el maltrato que John le infringe y lo tira al piso, John llora, entonces la madre de éste la encierra en el cuarto rojo, la habitación en que su tío habría muerto y que llena de terror a la niña, presa de la desesperación se golpea la cabeza y el dolor la hace desmayar. Cuando despierta se entera de que será llevada al orfanato Lowood, es decir, será arrojada hacia lo desconocido. Antes de marcharse de Gateshead, creyendo que no volverá a ver a su tía, la heroína deja a un lado cualquier intento por mantener la calma y recrimina a Reed sus malos tratos: “me alegro de que usted no sea pariente mía. Nunca vendré a verla cuando sea mayor, y si alguien me pregunta si usted me agrada y cómo me trataba, responderé que solo pensar en usted me pone enferma, y que me trataba con sórdida crueldad”5 . A esto el mitólogo lo llama la conclusión de la infancia y dice que es “el regreso o reconocimiento del héroe, cuando, después de un largo periodo de oscuridad, se revela su verdadero carácter […] equivale al surgimientos de fuerzas hasta entonces excluidas de la vida humana”6 Jane, a pesar de su corta edad, ha dejado de ser una niña.

En ese lugar hallará un poco de la estabilidad y amistad que tanto necesita; su amiga Helen, quien después moriría víctima de una epidemia que atacó al orfanato, y la señorita Miller, la directora de la institución. Ocho años transcurren y Jane, pobre pero llena de conocimientos y ansias por descubrir un nuevo mundo, llega a Thornfield Hall. Ahí se le asigna la enseñanza de la pequeña y boba francesa Adéle Varens, pupila de su ausente patrón, el señor Edward Rochester.

En Thornfield, de la mano de su alumna y el ama de llaves, la señora Farirfax, Jane halla lo que tanto tiempo se le negó: alguien a quien cuidar y alguien que cuide de ella, la ayuda sobrenatural que Campbell describe, una especie de madre cósmica al cuidado del héroe que vela por él y lo ayuda en sus vicisitudes. No obstante, la aparición del dueño de la propiedad cambiará su vida para siempre. Edward Rochester parece ser un solterón hedonista al que poco le preocupa algo más que sus negocios, nunca está en casa y cuando está no quiere ser molestado. Carga una pena que Jane no alcanza a entender y, sin embargo, la intriga; se enamora de él. Rochester, un cascarrabias, le hace creer que pronto se casará con la señorita Ingram, lo que hace que Jane quiera irse. El hielo que rodeaba a Rochester ha sido derretido por el ardor de la pasión con que Jane vive, le prohíbe irse, él también le ama. La Jane Eyre del inicio se hace a un lado ante la posibilidad de una Janet Rochester, como él la llamada cariñosamente, donde una familia, el amor y la riqueza se vislumbran. Jane sueña y teme ante la obtención del paraíso, entiende que está a punto de perderse a sí misma.

Transcurre un mes y el día de la boda llega, temprano Edward y Jane se encaminan a la iglesia donde el sacerdote, al momento de los votos matrimoniales, se ve interrumpido por dos visitantes: Richard Mason y un abogado de Londres. La boda no puede efectuarse, Edward Rochester está, desde hace quince años, casado con la hermana de Richard. Ésta es presa de una desgarradora locura. Se halla en el tercer piso de Thornfield, recluida por años, la mestiza de Barba azul Rochester, Bertha Mason de Fairfax Rochester, el escritor norteamericano señala que “el motivo del trabajo difícil como requisito previo al lecho nupcial ha regido los hechos del héroe en todos los tiempos y en todo el mundo […] Las pruebas impuestas son difíciles por encima de toda medida”7.

En la Inglaterra del XIX la poligamia es un delito y un escándalo social. Jane sabe que debe irse, mas Rochester no está dispuesto a dejarla partir, cree que Jane antepondrá sus deseos a su dignidad: “¿Acaso es mejor conducir a tu prójimo a la desesperación que transgredir una mera convención social sin que nadie salga lastimado?, pues no tienes parientes ni amigos a los que temas ofender viviendo conmigo”8 La institutriz es tentada a quedarse: “Alíviale, sálvale, ámale, dile que le amas y que serás suya ¿A quién le importas en este mundo?, o ¿quién va a salir lastimado con lo que hagas?”9 Pero Rochester se equivoca de chica: “A mí misma me importan mis acciones. Cuando más sola y desamparada me encuentre más me respetaré a mí misma”10 dice Jane, y tiene razón. Esto, aunque difícil, fortalecerá a nuestra heroína, pues según Campbell: “para el hombre que no se deja llevar por los sentimientos que emanan de las superficies de lo que, sino que responde valerosamente a la dinámica de su propia naturaleza, las dificultades se disuelven y caminos imprevisibles de abren ante él”11 lo más difícil de lograr es lo que mayor satisfacción le otorgará.

La señorita Eyre abandona Thornfield junto con sus sueños y se dedica a vagar errante, su viaje de transformación comienza. La melancolía por lo que no fue, es acompañada por la degradación moral cuando se ve obligada a rogar por alimento; una Jane Elliot, la paria, aparece, ya no es más la casi esposa del acaudalado Edward.

Jane agoniza a las afueras de Moor House, la inanición está a punto de matarle, cuando los habitantes del lugar la salvan: St. John, Diana y Mary Rivers. Eyre decide ocultar su verdadera identidad y cambia su apellido por Elliot. El tiempo transcurre y los hermanos Rivers, un clérigo y dos institutrices, la aceptan como a otra hermana. Meses después St. John le habla de una tal Jane Eyre a la que buscan por todos lados. Ella cuenta la verdad, St. John le explica que es heredera de veinte mil libras, otorgadas por John Eyre, quien fuese hermano de su padre. Jane las reparte equitativamente entre sus recién descubiertos primos.

St. John anhela a Jane para su empresa divida: planea marcharse a Oriente como misionero y la quiera como esposa, pero ella entiende que nunca le llegaría a amar, todo ese tiempo no ha dejado de pensar en Rochester. Accede a ir bajo la condición de hacerlo libre, no como la esposa sino como la hermana de St. John Rivers. Su primo no podrá hacerla sentir lo que Edward, y Jane, pasión pura, perecería lentamente al ser parte de alguien inexorable como la muerte. El párroco la considera un gran ejemplar para sus filas. Admira su “vigoroso cerebro de hombre”, el mismo que, con su corazón de mujer, declinan su oferta. Es otra persona; además de ser querida y rica, es independiente. Una Jane Eyre 2.0, sus opciones se expanden: ahí donde aceptaría abnegada lo que el destino le depara, entiende que ella puede crearse uno diferente. Es así como la transformación de Jane está completa, ahora “su segunda hazaña es volver transfigurada y enseñar las lecciones que ha aprendido sobre la renovación de la vida”12 . El regreso la espera: “cuando la misión del héroe se ha llevado a cabo […], el aventurero debe regresar con su trofeo trasmutador de la vida. El ciclo completo, la norma del monimito requiere que el héroe empiece ahora la labor de trae los misterios de la sabiduría al reino de la humanidad”13 es cuestión de tiempo para que pase.

Repentinamente, un día la voz del dueño de Thornfield Hall suena en sus oídos, la llama desesperado desde la oscuridad, la dama no lo piensa dos veces y acude a la súplica. El lugar está ahora calcinado y abandonado. Bertha Rochester provocó un incendio que terminó con su vida, el retiro de la señora Fairfax, la marcha de Adéle a un internado y la reclusión de un Rochester ciego, manco y cojo, en una cabaña cercana.

Edward parece un hombre más duro, su aspecto es terrible, casi animal. Sin embargo, ya no hay nada que los separe. El hielo se derrite con aun mayor facilidad. Jane acepta ser su esposa y se da a la tarea de humanizarle. Al final de su último apartado, Joseph Campbell nos señala que aunque el hombre se considere único, esto no es posible, es único porque sus características lo hacen diferente, pero, el estadounidense comprueba que, en lo esencial, somos el más claro ejemplo de que las victorias y soledad son comunes a todos, una clase de individualidad colectiva.

Alba Viridiana González Rodríguez
9°Semestre T.M.


1CAMPBELL, Joseph,El héroe de las mil caras: psicoanálisis del mito, FCE, México, 2006, pg. 25.
2Ibídem, pág. 26.
3 Ibídem, pág. 22.
4 Ibídem, pág. 291.
5 BRONTË, Charlotte, Jane Eyre, Everest, España, 2013, pg. 65.
6 CAMPBELL, Op.Cit. pág. 294.
7 Ibídem, pág. 306.
8 BRONTË, Op.Cit. pág.503.
9 Ibídem, pág. 505.
10 Ídem.
11 CAMPBELL, Op.cit. pág. 307.
12 Ibídem, pág. 26.
13 Ibídem, pág. 179.

martes, 18 de octubre de 2016

La noche del coecillo

La noche del Coecillo



Por René Peraza Gamón
(5to semestre T.M.)

¿Qué es una ciudad sin literatura?, o, ¿qué es la literatura sin la ciudad? ¿Quiénes le dan valor cultural a una ciudad? ¿Acaso la gente quiere visitar Jerez sin motivo alguno, o será que el plus de López Velarde ha ido pegando?

Todos hablan de Paris, Madrid, Londres, D.F., etc. Las grandes metrópolis. Pero ¿quién piensa en el resto de las ciudades, los demás habitantes? Es bonito contemplar la torre Eiffel, la Torre Latinoamericana, el Big Ben, el Santiago Bernabéu, no obstante queda de tanto de que hablar, pero pocos se animan, por temor quizás, no lo sé. Lo que sé con certeza es que alguien ha enaltecido su ciudad de la infancia y adolescencia, y no es de extrañar que lo haya hecho con maestría.

"Alguien ha enaltecido su ciudad de la infancia y adolescencia, y no es de extrañar que lo haya hecho con maestría."

La noche del Coecillo de Alejandro García, publicada en 1993, es una obra que no atiende a la literatura en serie, no pretende vender cantidades estratosféricas de libros, no intenta que se olvide de la noche a la mañana. No. Es un texto que tiene la capacidad de presentarse por sí mismo y charlar. Crear diálogo con el lector sin que éste se distraiga. Mantenerlo en vilo ¿Quién es capaz de semejante hazaña?

La ciudad de León, Guanajuato es el escenario del conflicto entre la banda de los Golfos y la pandilla de los Yuricos; y, Otoniel y Maruca son los encargados de narrarnos de qué trata vivir en el barrio del Coecillo; de confesar cuáles son los temores e inquietudes de unos niños menores de quinces años; sus aventuras y proezas; sus alegrías y desgracias; sus recuerdos, incluyendo la melancolía de algo que ya no volverá. Como el amor que simplemente posó su mano en los cabellos tersos de un niño; las acometidas entre los familiares en días festivos; las desazones de las pandillas y sus reyertas.

Todo eso y más, Alejandro lo narra con soltura, sin titubeos. Desnudando las palabras para enceguecernos con la ciudad de León. Alzando a la literatura regional, y demostrando que tiene mucho peso lo que no se publica en editoriales con muchas ventas. Entonces, volviendo, ¿qué es una ciudad sin literatura? No lo sé, pero de algo estoy seguro, a partir de la lectura de La noche del Coecillo, la ciudad de León no será la misma. Enhorabuena el Coecillo sigue con vida y nos deleita con sus historias que nos alumbran por cada rincón del barrio e invita a que las ánimas nos arropen con su aliento, y así, hacer grata la lectura.