Adolf Wölfi

Adolf Wölfi
Pintura perteneciente a Adolf Wölfi

sábado, 11 de marzo de 2017

El contrato social de las artes

El contrato social de las artes
La educación exige, el decoro ordena



Introducción
Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) nació en Ginebra (Suiza) y murió en Francia. Fue músico, literato y escritor político. Amigo íntimo del filósofo francés Denis Diderot. En 1742 se trasladó a París, donde se ganó la vida como profesor y copista de música. En 1750 su Discurso sobre las ciencias y las artes ganó el premio de la Academia de Dijon. En éste expresa su opinión sobre las instituciones sociales, de las cuales considera han corrompido a la humanidad y que el estado natural, o primitivo, es superior, en el plano moral al estado civilizado. Sus opiniones poco convencionales le enemistaron con Voltaire quien atacó a la retórica persuasiva de Rousseau.
Su concepción del Estado como la personificación de la voluntad abstracta de las personas, junto con sus argumentos para el cumplimiento estricto de la conformidad política y religiosa, son considerados como una fuente de la ideología totalitaria. En sus escritos Confesiones y La nueva Eloísa introdujo un nuevo estilo de expresión emocional; la exploración de los conflictos entre los valores morales y sensuales. 
Rousseau añora la antigüedad, lo clásico del gobierno de Grecia, un dictado no igualitario sino democrático, confía plenamente en que «Todo es perfecto al salir de las manos del Creador y se degenera en manos de los hombres»[1] y sostiene su convicción a lo largo de sus escritos.


Contrato social
Los hombres nacen libres totalmente, de modo que dos seres pueden juzgar el mismo tono de gris como diferente. Sin embargo, una vez que el convenio social se ha hecho el pensamiento se contamina, el contrato tácito dirige el todo. Las costumbres se transforman en factores reguladores de cortesía elemental, y se establece así entre los hombres un arreglo convenido.
            Para Rousseau la voluntad general no equivale a la opinión de la mayoría, sino que existe un ente abstracto que se eleva por las voluntades individuales, apela a los intereses colectivos y a un bien común superior; considera que es el individuo quien debe sacrificarse.  Rechaza una sociedad comunista y su objetivo es establecer un convenio realista en el que «ningún ciudadano sea tan rico como para comprar a otro, ni ninguno tan pobre como para tener que venderse»,[2] pero dichas características no pueden ser reunidas en una sociedad competitiva y materialista por lo cual un convenio así queda descartado fácilmente.
Rousseau es una autor que está inconforme con su tiempo, desea regresar a lo que él considera una mejor época, el pasado que se ha perdido para siempre. Confronta al Siglo de las Luces y rompe con los valores ilustrados: razón, progreso y felicidad; intenta resurgir principios antiguos como patria, religión y virtud. Se contrapone constantemente al progreso y está convencido en plenitud de que una sociedad primitiva es mucho mejor que una civilizada. Una sociedad en la que el hombre debe enfocarse en aprender las labores que dicta el deber y solo eso, sin caer en divagaciones mundanas.

Las letras y las artes
 Siguiendo la línea anteriormente mencionada, el autor trastoca la imagen preconcebida de las artes diciendo que estas son « […] guirnaldas de flores sobre las cadenas de hierro que nos agobian, [nos] hacen amar la esclavitud y transforman en lo que se ha dado en llamar pueblos civilizados».[3] Rousseau piensa que antes de que el arte nos moldeara propensos a sucumbir ante un lenguaje que hablara de nuestras pasiones, éramos seres con costumbres rústicas pero naturales, y el ceder ante las artes nos transformó, puesto que ya nadie se atreve a parecer lo que en verdad es.
            Aquí entra el contrato social descrito antes: Rousseau considera que somos entes naturales y que con el advenimiento de las artes ha convertido las sospechas, los temores, la frialdad, el odio y la traición en buena educación. Cuanto más avanza el arte y la ciencia hacia la perfección, más se corrompen nuestras almas y se ocultan las verdaderas intenciones tras el velo del convenio social.
            Esta revelación podría caer mínimamente en la aceptación, de no ser por lo radical del pensamiento rousseauriano, pues su posición coloca a las bellas artes como vicios que deben ser erradicados para el correcto funcionamiento de una ciudad; al no admitir artistas, ciencias y sabios para tener hombres libres de distracción y con total convicción de derramar su sangre por la patria. El arte es pues, la peste que enajena a los hombres y los distrae de las acciones del deber.
            El ginebrino regresa a la Antigüedad y utiliza a Sócrates como máximo exponente de su ideal: «Ni los sofistas, ni los poetas, ni los oradores, ni los artistas, ni yo mismo [Sócrates] sabemos qué es lo verdadero, ni lo bueno ni lo bello. Pero entre nosotros existe una diferencia: aunque estas personas no sepan nada, todas creen saber algo. Mientras que yo, si no sé nada, al menos no tengo esa duda».[4] Rousseau manifiesta sus ideales colocando en tela de juicio la funcionalidad de la razón, ¿se necesita acaso de la música para labrar bien la tierra?
            La añoranza por una polis hace del autor alguien incompatible con su época, debate con los ideales del momento y hace que los progresistas se contrapongan totalmente a las buenas costumbres y a la virtud del ser. El progreso va de la mano con la vanidad y es el orgullo lo que impulsa el conocimiento humano. El saber es una desgracia, pues en la naturaleza no se encuentra en sí mismo el conocimiento científico.
            Más allá de un deseo profundo por retornar a la magna sociedad antigua ¿qué es lo que provoca en Rousseau esta enemistad con la época? ¿Por qué rechaza a las artes y reprocha a la ciencia? Para él, las ciencias y las artes deben su nacimiento a nuestros vicios: «La astronomía nació de la superstición; la elocuencia, de la ambición, del odio, de la adulación, de la mentira; la geometría, de la avaricia; de la física, de una vana curiosidad; todas, incluso la moral, del orgullo humano».[5]

"El arte es pues, la peste que enajena a los hombres y los distrae de las acciones del deber."


El contrato social de los escritores
El conflicto alcanza entonces el punto clave, los artistas desean algo, aquello que trastoca y perjudica a la sociedad: el reconocimiento público, el elogio funge como recompensa y por este medio son los escritores los que devoran la substancia del Estado sin provecho alguno.  Para Rousseau son enemigos de la opinión pública. Ellos violan el contrato social, porque modifican el alma y se muestran como algo que no son, escriben lo que sus contemporáneos consumirán, dan al pueblo la distracción que tanto anhelan y se regocijan con el placer que les provoca ser leídos.
            Confrontan la dualidad de componer algo común, obras que serán reconocidas en vida o desafiarse a escribir maravillas que serán admiradas sólo después de su muerte. La elección modifica su ser porque aun al negarse a presentar un trabajo para el consumo de la sociedad contemporánea, morirá el escritor en la miseria y el olvido, desdichado destino que afectará su alma en plena consciencia.
            Los hombres renunciaron al placer simple de actuar para complacer a los dioses, en donde la contemplación de los seres superiores apaciguaba al alma. Pero eso deja de ser así, comenzaron a crear para sí mismos y se convirtieron en dioses propios, cuyo placer nunca es alcanzado. Las artes se perfeccionan, se extiende el lujo, las comodidades de la vida se multiplican y el verdadero valor desaparece. Lo que importa en el deber como lo es la milicia, se relega.
            Cuanto más apegada es una sociedad a sus artes y a su ciencia, más se debilita su virtud militar y basta la privación de alguna de las comodidades superfluas a las que se está tan acostumbrado para destruir en poco tiempo al ejército defensor. Pero Rousseau dice que la cultura de las ciencias no solo es perjudicial para las cualidades guerreras sino también para las cualidades morales.
            La educación corrompe nuestro juicio, distrae a la juventud haciéndoles creer que la clave se encuentra en aprender todo tipo de cosas excepto sus deberes. Serán hábiles en las lenguas pero carecerán de todo sentido de nacionalismo, compondrán versos que a duras penas comprenderán ellos mismos y se olvidarán de sus deberes como hombres.
            Aquel ser que ha sido corrompido deja de preguntarse lo elemental, ¿hay verdadero talento en este artista? ¿Es un libro útil? Lo único que se cuestiona es si el artista es reconocido o si el libro está bien escrito, más allá de que posea un mensaje.

"La educación corrompe nuestro juicio, distrae a la juventud haciéndoles creer que la clave se encuentra en aprender todo tipo de cosas excepto sus deberes."

Conclusión. Prioridad en el arte o el deber
Las ideas de Rousseau se presentan como radicales al mismo tiempo que anticuadas, el autor no busca avanzar conforme lo hace el resto, él mantiene un ideal que es totalmente obsoleto y que propicia el estancamiento social. Mas sus textos poseen múltiples interpretaciones que parecen haber sido de gran aceptación en su época, esto, sumado a la difícil lectura atemporal de sus escritos, provoca una constante duda entre el entendimiento literario y los valores corrompidos.
            La imagen que dibuja el autor sobre la comunidad ideal, poco puede ser aplicada en la actualidad de Rousseau ya que es una sociedad patriarcal, jerarquizada, llena de bonificaciones salariales. La gratificación es una recompensa por el arduo trabajo que solo es reconocido de vez en cuando y la línea de jerarquías pocas veces es borrada. En El contrato social por breves momentos parece que todos los ciudadanos hacen las leyes, pero la verdad es que sus menciones peyorativas sobre lo femenino y el asalariado no permiten ver cómo funcionaría un contrato social en un grupo íntegro y homogéneo.
   Por tanto el Discurso sobre las ciencias y las artes y El contrato social permiten interpretaciones muy diversas, con las cuales no es posible formar un ideal apropiado, pero lo que sí permite es un análisis constante y una crítica valorativa. Lo mejor sería un debate a manera de descartar aquellas ideas de Rousseau que podrían funcionar en una sociedad actual y las que se mantuvieran en un rigor estricto del pensamiento.

Andrea Vanessa Guerrero Rodríguez
6to semestre T.M.

             
Bibliografía
Rousseau, J. Discurso sobre las ciencias y las artes, Editorial del cardo, 2006, pp. 14.
Rousseau, J. El contrato social o Principios de derecho político, Tecnos, España, 2007. pp. 163


[1] Rousseau, J. El contrato social. Ediciones Coyoacán, 2004, p 1
[2] Rousseau, J. El contrato social o Principios de derecho político, Tecnos, España, 2007. p. XXXIII.
[3] Rousseau, J. Discurso sobre las ciencias y las artes. Editorial del cardo, 2006, p. 2.
[4] Rousseau, op. cit. p. 5.
[5] Ibídem, p. 7.

No hay comentarios :

Publicar un comentario